Hola papis...Queremos compartir con ustedes el taller vivido el 14 de Octubre sobre el día del respeto por la Diversidad Cultural...
Para comenzar la seño nos leyó el siguiente cuento:
Cuento
Había una vez
una escuela en medio de las montañas. Los chicos que iban a aquel lugar a estudiar,
llegaban a caballo, en burro, en mula y en patas.
Como suele suceder en estas
escuelitas perdidas, el lugar tenía una sola maestra, una solita, que amasaba
el pan, trabajaba en una quintita, hacía sonar la campana y también hacía la
limpieza.
Me olvidaba: la
maestra de aquella escuela se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha muy
linda. Y me olvidaba de otra cosa, VIRTUDES CHOIQUE ordeñaba
cuatro cabras, y encima era una maestra llena de inventos, cuentos y
expediciones.
Ella vivía en
la escuela. Al final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita.
Allí vivía, cantaba con la guitarra y allí golpeaba el bombo y la
caja.
Los chicos no
se perdían un solo día de clase. Principalmente porque la Señorita Virtudes
tenía tiempo para ellos. Además, sabía hacer mimos y de vez en cuando jugaba al
fútbol con ellos. En último lugar estaba el mate cocido de leche de cabra que
Virtudes servía cada mañana.
La cuestión es
que un día Apolinario Sosa volvió al
rancho y dijo a sus padres:
¡Miren, miren...!
¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno!
El padre y la
madre miraron, y vieron unas letras coloradas. Como no sabían leer, pidieron al
hijo que les dijera, entonces Apolinario leyó:
-“Señores
padres les informo que su hijo Apolinario es el mejor alumno.”
Sus padres lo
abrazaron y se sintieron bendecidos por Dios. Sin embargo, al día siguiente,
otra chica llevó a su casa algo parecido. Se llamaba Juanita Chuspas y corrió
con su mula al rancho para mostrar lo que había escrito la maestra.
Señores padres,
les informo que su hija Juanita es la mejor alumna.
Melchorito Guare llegó a
su rancho chillando como un loco de alegría: ¡Mira mamita! ¡Mira Tata! La
maestra me ha puesto una felicitación, vean: “Señores padres les informo que su
hijo Melchor es el mejor alumno.”
Así, los
cincuenta y seis alumnos de la escuela llevaban a sus ranchos una nota que
aseguraba: “Su hijo es el mejor alumno”.
Y así hubiera
quedado todo, si el hijo del boticario no hubiera llevado felicitación. Porque,
les cuento: el boticario Don Pantaleón
Minoguye, apenas se enteró que su hijo era el mejor alumno,
dijo: Vamos a hacer una fiesta. ¡Mi hijo es el mejor de toda la región! Hay que
hacer un asado con baile. El hijo de Pantaleón Minoguye ha honrado a su padre y
por eso lo voy a celebrar como Dios manda.
El boticario
escribió una carta a la Señorita Virtudes, la carta decía:
“Mi
estimadísima y distinguidísima maestra: el sábado que viene voy a
dar un asado en honor a mi hijo. Usted es la primera invitada, le pido que
avise a los demás alumnos, para que vengan al asado con sus padres. Muchas
gracias.”
Ese día cada
chico voló a su casa para avisar del convite. Y como sucede siempre entre la
gente sencilla, nadie faltó a la fiesta. Todo el mundo bajó hasta la casa del boticario.
Enseguida se
armó la fiesta. El mate iba de mano en mano mientras la carne de cordero se iba
dorando. Por fin, Don Pantaleón dio unas palmadas y pidió silencio. Tomó un
banquito, lo puso en medio del patio, y se subió. Después sacó un papelito y
leyó: “Señoras y señores, los he reunido para festejar una noticia que me llena
de orgullo. Mi hijo, mi muchachito, acaba de ser nombrado por la maestra Doña
Virtudes Choique, el mejor alumno. Por eso los invito a levantar el vaso y a
brindar conmigo.”
Contra lo
esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió. Padres y madres se miraron uno
a otros hasta que uno protestó:
Yo no
brindo nada. Acá el único mejor es mi chico, el Apolinario.
Ahí nomás
protestó colorado de rabia el padre de Juanita Chuspas: ¿Qué están diciendo?
Acá la única mejorcita de todos es Juana, mi muchachita. Empezaron los gritos
de los demás porque cada cual desmentía al otro diciendo que no, que el mejor
alumno era su hijo.
Hasta que se
oyó la voz de la maestra: ¡Basta, esto no parece una fiesta! La gente se quedó
quieta. Todos miraban fiero a la maestra. Por fin uno dijo: Usted nos ha dicho
mentiras, nos ha dicho a todos los mismo.
Entonces
sucedió algo notable. Virtudes se rió de contenta y dijo: Bueno, ya veo que ni
acá puedo dejar de enseñar. Escuchen bien y abran las orejas, pero sobretodo
abran el corazón. Porque si no entienden, adiós fiesta, yo seré la primera en
marcharme.
Todos fueron
tomando asiento, entonces la señorita habló así: Yo no he mentido. Cuando digo
que Melchor Guare es el mejor no miento. Melchorito no sabrá las tablas de
multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela.
Cuando digo que
Juanita Chuspas es la mejor no miento. Porque si bien anda floja en Historia,
es la más cariñosa de todas...
Y cuando digo
que Apolinario Sosa es mi mejor alumno tampoco miento. Porque aunque sea
desordenado, es el más dispuesto a ayudar siempre.
Tampoco miento
cuando digo que aquél es el mejor en Matemática..., pero me callo si no es tan
servicial.
Y aquel otro es
el más cuidadoso. Pero me callo si le cuesta participar y contestar las
preguntas.
Y aquél que es
poco hábil jugando a la pelota, es mi mejor alumno en dibujo.
Y aquella es mi
peor alumna en ortografía, pero es la mejor de todas a la hora del trabajo
manual.
¿Debo seguir
explicando? ¿Acaso no entendieron? Soy la maestra y debo construir el mundo con todos
estos chicos. Pues entonces, ¿Con qué levantaré la patria? ¿Con lo mejor o con lo
peor?
Todos habían
ido bajando la mirada. Cada padre fue buscar a su hijo. Y lo miró
con nuevos ojos. Porque siempre habían visto principalmente los defectos, y
ahora empezaban a sospechar que cada defecto tiene una virtud que le
hace contrapeso.
Y que es
cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor, porque con eso
se construye.
Cuenta la
historia que el boticario rompió el largo silencio y dijo: ¡A comer, la carne
está a punto y el festejo hay que multiplicarlos por cincuenta y seis!
Comieron más
felices que nunca. Brindaron. Jugaron al truco, a la escoba, y bailaron hasta
las cuatro de la tarde.
Luego de leer el cuento conversamos sobre lo que escuchamos destacando la importancia de ver la virtud de cada uno (en casa, en el cole, en el país).
También preparamos una cartelera con las cosas que nos gusta o no de los adultos....
MIren.....
Nos divirtió mucho participar del taller y esperamos que ustedes también lo disfruten desde casa...
Hasta la próxima
Los nenes y la Seño Caro-