miércoles, 15 de octubre de 2014

Taller 12 de Octubre....

Hola papis...Queremos compartir con ustedes el taller vivido el 14 de Octubre sobre el día del respeto por la Diversidad Cultural...
Para comenzar la seño nos leyó el siguiente cuento:
Cuento
Había una vez una escuela en medio de las montañas. Los chicos que iban a aquel lugar a estudiar, llegaban a caballo, en burro, en mula y en patas.
Como suele suceder en estas escuelitas perdidas, el lugar tenía una sola maestra, una solita, que amasaba el pan, trabajaba en una quintita, hacía sonar la campana y también hacía la limpieza.
Me olvidaba: la maestra de aquella escuela se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha muy linda. Y me olvidaba de otra cosa,  VIRTUDES CHOIQUE ordeñaba cuatro cabras, y encima era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones.
Ella vivía en la escuela. Al final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita. Allí vivía, cantaba con la guitarra y allí golpeaba  el bombo y la caja.
Los chicos no se perdían un solo día de clase. Principalmente porque la Señorita Virtudes tenía tiempo para ellos. Además, sabía hacer mimos y de vez en cuando jugaba al fútbol con ellos. En último lugar estaba el mate cocido de leche de cabra que Virtudes servía cada  mañana.
La cuestión es que un día Apolinario Sosa volvió al rancho y dijo a sus padres:
¡Miren, miren...! ¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno!
El padre y la madre miraron, y vieron unas letras coloradas. Como no sabían leer, pidieron al hijo que les dijera, entonces Apolinario leyó:
-“Señores padres les informo que su hijo Apolinario es el mejor alumno.”
Sus padres lo abrazaron y se sintieron bendecidos por Dios. Sin embargo, al día siguiente, otra chica llevó a su casa algo parecido. Se llamaba Juanita Chuspas y corrió con su mula al rancho para mostrar lo que había escrito la maestra.
Señores padres, les informo que su hija Juanita es la mejor alumna.
Melchorito Guare llegó a su rancho chillando como un loco de alegría: ¡Mira mamita! ¡Mira Tata! La maestra me ha puesto una felicitación, vean: “Señores padres les informo que su hijo Melchor es el mejor alumno.”
Así, los cincuenta y seis alumnos de la escuela llevaban a sus ranchos una nota que aseguraba: “Su hijo es el mejor alumno”.
Y así hubiera quedado todo, si el hijo del boticario no hubiera llevado felicitación. Porque, les cuento: el boticario Don Pantaleón Minoguye, apenas se enteró que su hijo era el mejor alumno, dijo: Vamos a hacer una fiesta. ¡Mi hijo es el mejor de toda la región! Hay que hacer un asado con baile. El hijo de Pantaleón Minoguye ha honrado a su padre y por eso lo voy a celebrar como Dios manda.
El boticario escribió una carta a la Señorita Virtudes, la carta decía:
      “Mi estimadísima y distinguidísima maestra: el sábado que viene voy  a dar un asado en honor a mi hijo. Usted es la primera invitada, le pido que avise a los demás alumnos, para que vengan al asado con sus padres. Muchas gracias.”
Ese día cada chico voló a su casa para avisar del convite. Y como sucede siempre entre la gente sencilla, nadie faltó a la fiesta. Todo el mundo bajó hasta la casa del boticario.
Enseguida se armó la fiesta. El mate iba de mano en mano mientras la carne de cordero se iba dorando. Por fin, Don Pantaleón dio unas palmadas y pidió silencio. Tomó un banquito, lo puso en medio del patio, y se subió. Después sacó un papelito y leyó: “Señoras y señores, los he reunido para festejar una noticia que me llena de orgullo. Mi hijo, mi muchachito, acaba de ser nombrado por la maestra Doña Virtudes Choique, el mejor alumno. Por eso los invito a levantar el vaso y a brindar conmigo.”
Contra lo esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió. Padres y madres se miraron uno a otros hasta que uno protestó:
Yo no brindo  nada. Acá el único mejor es mi chico, el Apolinario.
Ahí nomás protestó colorado de rabia el padre de Juanita Chuspas: ¿Qué están diciendo? Acá la única mejorcita de todos es Juana, mi muchachita. Empezaron los gritos de los demás porque cada cual desmentía al otro diciendo que no, que el mejor alumno era su hijo.
Hasta que se oyó la voz de la maestra: ¡Basta, esto no parece una fiesta! La gente se quedó quieta. Todos miraban fiero a la maestra. Por fin uno dijo: Usted nos ha dicho mentiras, nos ha dicho a todos los mismo.
Entonces sucedió algo notable. Virtudes se rió de contenta y dijo: Bueno, ya veo que ni acá puedo dejar de enseñar. Escuchen bien y abran las orejas, pero sobretodo abran el corazón. Porque si no entienden, adiós fiesta, yo seré la primera en marcharme.
Todos fueron tomando asiento, entonces la señorita habló así: Yo no he mentido. Cuando digo que Melchor Guare es el mejor no miento. Melchorito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela.
Cuando digo que Juanita Chuspas es la mejor no miento. Porque si bien anda floja en Historia, es la más cariñosa de todas...
Y cuando digo que Apolinario Sosa es mi mejor alumno tampoco miento. Porque aunque sea desordenado, es el más  dispuesto a ayudar siempre.
Tampoco miento cuando digo que aquél es el mejor en Matemática..., pero me callo si no es tan servicial.
Y aquel otro es el más cuidadoso. Pero me callo si le cuesta participar y contestar las preguntas.
Y aquél que es poco hábil jugando a la pelota, es mi mejor alumno en dibujo.
Y aquella es mi peor alumna en ortografía, pero es la mejor de todas a la hora del trabajo manual.
¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no entendieron? Soy la maestra y debo construir el mundo con todos estos chicos. Pues entonces, ¿Con qué levantaré la patria? ¿Con lo mejor o con lo peor?
Todos habían ido bajando la mirada. Cada padre fue  buscar a su hijo. Y lo miró con nuevos ojos. Porque siempre habían visto principalmente los defectos, y ahora empezaban a sospechar que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso.
Y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor,  porque con eso se construye.
Cuenta la historia que el boticario rompió el largo silencio y dijo: ¡A comer, la carne está a punto y el festejo hay que multiplicarlos por cincuenta y seis!

Comieron más felices que nunca. Brindaron. Jugaron al truco, a la escoba, y bailaron hasta las cuatro de la tarde.

Luego de leer el cuento conversamos sobre lo que escuchamos destacando la importancia de ver la virtud de cada uno (en casa, en el cole, en el país).
También preparamos una cartelera con las cosas que nos gusta o no de los adultos....
MIren.....

Nos divirtió mucho participar del taller y esperamos que ustedes también lo disfruten desde casa...
Hasta la próxima
Los nenes y la Seño Caro-

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